viernes, 11 de junio de 2010

Jesús Miguel Pascual


Lo primero que recuerdo es la emoción de conocer gente nueva, chicos y chicas de otros pueblos de alrededor, algo que para un chico poco viajado era toda una novedad. Allí estaba el primer día, haciendo amistad con gente de Alfaro, de Corella, de Castejón y de otras localidades que para mí eran totalmente desconocidas. Recuerdo con mucho cariño a Beatriz, con apellidos gallegos, Paradiñeiro Somoza, que íba a compartir pupitre conmigo durante varios años. Me tocó en el grupo 1º C y el primero de la lista era Juan Navajas. Al principio me daba algo de miedo, mis compañeros de escuela en Rincón no estaban, Pedro no fue a estudiar, Luis estaba en otra clase, Luis Alberto se había ido a estudiar Formación Profesional.

El recreo era un buen momento. Salíamos a la piscina, menuda bomba, una piscina vacía, que nos servía de divertimento, subir y bajar es todo lo que hacíamos (se dice que años antes era tradición que los alumnos de finalizaban tiraran a Luis Parra a la piscina, eso sí, llena, pero no sé si era verdad o sólo una leyenda). También estaba la cantina, donde comprábamos el bocadillo y donde nos veíamos con otros chicos mayores del pueblo que estudiaban cursos superiores y que los resultaban como héroes a imitar.

Las horas de, la entonces llamada gimnasia, la hacíamos en el pabellón viejo y nos la daba José Mari. Sobre todo jugábamos a fútbol en el campo de tierra que había entre el pabellón y las aulas. Algunas veces nos tocaba dar vueltas corriendo alrededor del Instituto y otras veces estábamos dentro del pabellón, o bien haciendo ejercicios en espalderas, saltando el potro o jugando a balonvolea. Recuerdo que el pabellón estaba partido en dos espacios por una especie de cortina enorme colocada en el centro. Nosotros ocupábamos la mitad y en la otra parte estaban los de Formación Profesional con su profesora, nuestra querida María José Martínez Landa, y comentábamos que menos mal que no nos daba clase, porque les hacía trabajar bastante más que a nosotros, y mantenía a raya a todos, incluso a los de Bachillerato.

Después de comer teníamos dos ocupaciones favoritas. Una era ir a jugar al billar en el casino. Subíamos al primer piso, allí había dos mesas de billar y echábamos alguna partida entre nosotros o con algún parroquiano, recuerdo sobre todo a Modrego. Otros días nos subíamos al edificio donde vivía el señor Miguel, el conserje. En un piso habían habilitado algún espacio con libros y juegos para que los alumnos de fuera tuviéramos un lugar donde estar al mediodía, ya que había clase también por la tarde. Luego, cuando ya éramos veteranos, nos íbamos al bar, al Aster, y allí matábamos el tiempo hasta que empezaran de nuevo las clases.

Los viajes los hacíamos en autobús de una pequeña compañía de Rincón, los Fernández, que hoy ya no existe. Compartíamos autobuses los de Rincón, Aldea y Castejón, y la venida no estaba mal, pero a la vuelta teníamos que llevar primero a los de Castejón, por lo que a Rincón llegábamos muy tarde. Los autobuses aparcaban en La Florida, en una pequeña explanada cercana al Centro de Salud, lugar que gentilmente se le cedió al busto de San Ezequiel.

Estos son algunos de los recuerdos que perduran de aquel primer año, lleno de novedades y emociones, en los que conocí gente estupenda e hice amistades que todavía se mantienen. A otros les perdí la pista pero han dejado un imborrable recuerdo en mi memoria. Desde aquí, si leen estas líneas, un sincero y afectuoso abrazo. Vale.

No hay comentarios:

Publicar un comentario