lunes, 26 de abril de 2010

Manolo Lucero Sola


María-José: Te envío el texto completo.

¿Dices tu de Instituto? Lo mío si que fue un buen Instituto.
Recuerdo que me matriculé en el Instituto en el último momento, habíamos hecho la matrícula para cursar Administrativo en Formación Profesional, otro compañero y yo, que pese a haber obtenido el Graduado Escolar, nos atraía mucho eso de las máquinas de escribir. A última hora anulamos la matrícula de F.P. y nos matriculamos en el Instituto para hacer el B.U.P.. Veníamos de "las nacionales", de donde muy pocos estudiantes varones seguían estudiando, de hecho solamente tres fuimos los únicos chicos que comenzamos el Bachiller en Alfaro, chicas sin embargo había más. Era el verano de 1977.
Ya había desaparecido la obligación de llevar la obligación de llevar uniforme en el centro, pero todavía eran muchos los alumnos de los cursos superiores que continuaban llevándolo, seguramente por amortizar la inversión familiar.
Aquel curso, el de 1º, fue muy numeroso, estábamos cuatro clases completas haciendo 1º, eramos fruto del "baby boom".
Fue todo un descubrimiento para mí, un chaval muy de mi barrio, ir a clase con compañeros que venían de otras localidades (Castejón, Corella, Cintruénigo, Rincón de Soto, Aldeanueva de Ebro, Grávalos, Cornago) y también con aquellos que estaban en colegios religiosos (las internas del Colegio Amor Misericordioso y los de los Hermanos Combonianos de Corella).
Todos mis amigos de cuadrilla y de barrio andaban por otros sitios, unos se incorporaban con sus catorce añitos al mundo laboral, otros cursaban F.P., algunos otros se marcharon a estudiar fuera de Alfaro.
La situación me obligó a hacer nuevos amigos con aquellos chicos y chicas con los que compartía clase y recreo.
Nos había fascinado en la presentación del centro el Salón de Actos y sobre todo el Aula de Idiomas, con sus cabinas, sus auriculares y sus casettes (algo desconocido por entonces). Recuerdo que solamente nos llevaron allí una sola vez, lo debían de tener para enseñarlo y poco más.
Aquél pasillo de techo bajo, las puertas de las clases con sus ventanas circulares y las butacas de skay rojo del salón de actos comenzaron a hacerse familiares para todos los novatos.
Nos hicieron comprar un chandall para educación física color azul chillón, de espuma, muy de la época.
Llegamos al Instituto y por entonces creo recordar que el Director era D. Pedro Fernández Andues.
Existía una piscina en el exterior del centro, que jamas vimos con agua. En una de las gradas que rodeaban la piscina alguién pintó con pintura amarilla "Queremos un Director Catedrático, no un Veterinario". No entendíamos entonces qué significaba.
Recuerdo algunos profesores que tuve en primer curso: Julia Navas, Antonio Sanz, Pilar Santamaría, Marícarmen Bozal, Raúl Tejada jr., José-Mª Galdámez, Manuel Izal, Petra y Conchita Fernández.
Raúl Tejada jr. nos dió, de rebote, alguna clase de música, en la que recuerdo nos trajo un casette con canciones de Labordeta que escuchamos en clase. Que valiente para aquel entonces.
Eran los albores de nuestra democracia, la época de las primeras elecciones, y todos llevábamos las carpetas inundadas de pegatinas de los distintos partidos políticos. Quien más, quien menos, ya comenzaba a tomar posiciones en temas políticos.
Un día a la semana se celebraba misa en la capilla a la hora del recreo, si bien eran muy pocos los que acudían.
El curso se iniciaba habitualmente con la celebración de una misa en la Iglesia del Burgo, a la que asistiamos la mayoría de los alumnos. Recuerdo haber sido monaguillo, junto con Carmelo Martínez Escudero, en una de aquellas celebraciones.
Cuando comenzó el curso siguiente, año 1978, el Instituto celebró su 25 aniversario y para aquel evento se celebró incluso una capea de vaquillas en la finca de La Laguna para profesores y alumnos. Recuerdo haber acudido a una charla en el Salón de Actos impartida por Don Alvaro D'Ors, hijo de Don Eugenio D'Ors, prestigioso catedrático universitario. Nos regalaron una pegatina circular conmemorativa del aniversario.
En segundo curso tuve como profesores a María-Luisa Martínez y a Raúl Tejada padre, dos verdaderas instituciones en el Instituto, y también a algunos profesores a los que por entonces se les llamaba "penenes" (profesores no numerarios). Tuvimos el primer contacto con el latín, donde los alumnos de combonianos tenían ventaja, pues sus tutores religiosos dominaban dicha lengua.
Toda una institución lo eran también las mujeres de la limpieza del centro: la Margarita, la María-Luisa, siempre simpáticas, aparecían a última hora de clase para comenzar a limpiar las aulas, animándonos a seguir estudiando para que no termináramos como ellas, con el escobón en la mano.
Sobre la mesa del profesor estaba la hoja o parte de incidencias, que se iba completando diariamente y servía para control del alumnado. Aparecer en ella era altamente peligroso por las consecuencias familiares posteriores. Algún alumno llegaba incluso a hacerla desaparecer a última hora de la tarde, para asombro de propios y extraños.
Aquel curso nos impartió dibujo técnico Fernando Martínez Balmaseda, ingeniero agrónomo alfareño, que nos enseñó todas las perspectivas posibles.
Como notas tristes recuerdo el día en que el hijo de la profesora María-Luisa Martínez, Javier, sufrió una crisis en el Centro, tras la que falleció. Fue muy triste para todos. En otra ocasión fue la madre de una compañera la que falleció y nos fuimos todos al funeral a Fuentestrún (Soria) en autobus.
En el verano de segundo de B.U.P. participé en el intercambio con alumnos franceses que realizaba el instituto. Fuimos a Brantôme (Dordogne), lo pasamos genial. Estuvimos unos quince días por allí. La profesora de español de los franceses se llamaba Madame Thomas. Aquel año, 1979, se celebraba en Brantôme, una fiesta especial "La felibrée". Posteriormente fueron los franceses los que vinieron a España. He vuelto en varias ocasiones a ese pueblecito y me ha parecido un lugar ideal. Salimos de España y descubrimos una sociedad más rica, más liberal, tan distinta de nuestro pueblo, que nos fascinó a todos, excepto en la comida, donde desgraciadamente les sacábamos mucha diferencia. Por parte de nuestro Instituto el responsable del intercambio era D. Antonino Burgos, quien hacia de cicerone en las diversas excursiones que realizamos durante la estancia de nuestros "correspondientes" por España. Les llevabamos a La Plana y al Cementerio de Alfaro e hicimos una excursión a Burgos, Covarrubias y la Cartuja de Miraflores, en la que nos lo pasamos bomba.
Otros profesores que tuve fueron Cecilio Calatayud y Alfonso Urrea, de religión.
Cuando cursaba segundo recuerdo que en religión andaba continuamente cuestionando todo lo que Cecilio nos decía en clase, hasta que un día me cogió por banda y me dijo: estás aprobado, hazme el favor y no vengas más por clase, que me la revientas todos los días.
Teníamos por entonces una profesora de lengua que venía de Zaragoza, Pilar Bescós, una señora de mediana edad, con un acento especial y una bonita melena negra.
Raúl Tejada jr. nos convenció a un grupo de alumnos para que fuesemos los sábados por la mañana a los laboratorios de química y disfrutáramos de aprender ciencia de forma voluntaria, nos hizo sentirnos jóvenes científicos. Todavía recuerdo algún susto que nos dió la centrifugadora manual cuando soltaba los tubos de ensayo a una velocidad de vértigo. Consiguió que viéramos la química con otros ojos.
Como nota extraescolar, la de discotecas que se organizaban por todos los pueblos de la comarca con ocasión de los viajes de estudios de los de tercero, teníamos incluso servicio de autobuses para ir y volver.
Tercero de B.U.P. fue un curso que me encantó, tanto que decidí hacerlo dos veces.
En la primera ocasión el entonces equipo director del Centro acordó segregar los chicos de las chicas y nos metió a treinta batusis en una clase en la que las profesoras terminaron por tener más que respeto a entrar. Se celebraban partidos de pelota dentro del aula entre clase y clase y a alguno que otro nos sirvió para descentrarnos de los estudios más de lo debido.
Teníamos una profesora de francés que era de Logroño, creo recordar que se llamaba Marimar o María-José, y que nos descubrió la música de la nueva troba cubana. Y el profesor de filosofía era un señor menudo llamado Don Melchor, que a mí me recordaba al Manuel de Falla de los billetes de cien pesetas.
El viaje de estudios lo hicimos a Palma de Mallorca, acompañándonos como profesor Alberto Palacios, maravilloso profesor de historia, que compartía piso con Fernando Ferreró. Visitamos toda la isla y recuerdo que Alberto cantaba la canción de "se equivocó la paloma", que a nosotros nos parecía tan antigua como las glaciaciones.
La dirección del centro rectificó y al curso siguiente volvió a mezclar a chicos y chicas en tercero.
Ese curso nos lanzamos a hacer teatro de la mano de Manuel Cojo. Representamos la obra "Los árboles mueren de pie" de Alejandro Casona. Yo interpreté el papel de un padre anciano, el Sr. Balboa. Ensayábamos en los recreos y al final hicimos varias representaciones por Alfaro, Corella y Aldeanueva de Ebro. Todo un éxito de crítica y público.
Durante un tiempo se confeccionaba una revista en el centro, en la que recuerdo participé con un artítulo a favor de la Ley del divorcio, que se aprobaría en el año 1981. Algunos de los que participamos en la revista creímos ver manos siniestras tras los suspensos cosechados en alguna asignatura.
Fiel reflejo de la sociedad española de aquellos años, el Instituto era una contínua protesta, numerosas huelgas por múltiples motivos, algunos ajenos o de lo más peregrinos. En una ocasión protestamos por una pared que habían comenzado a construir en el hall del centro para separar bachillerato de formación profesional. Conseguimos que se paralizara la obra y el muro quedase en murete, al que posteriormente colocaron una madera en la parte superior para uso y disfrute de todos.
Recuerdo los trabajos de dibujo técnico con tinta china y como los carísimos "rotrings" estuvieron inicialmente prohibidos.
Pedro Fernández, como profesor de dibujo, nos hizo dibujar una estufa de gas butano de todas las perspectivas posibles.
Por aquellos años la cantina la regentaban un par de señoras de Corella, y los bocadillos de tortilla eran todo un manjar.
Liño Uruñuela nos hizo disfrutar con la filosofia. Iñaki nos hizo sufrir con las matemáticas, pero era un tío tan majo que amenizaba los ratos con su guitarra y nos invitaba a café en su casa, que se lo perdonamos. Le recuerdo cantando la canción "que se mueran los feos". Eran profesores jóvenes que vinieron a dar otro aire al Instituto que habíamos conocido años atrás.
Tuvimos un profesor de química que era canario, con un andar peculiar, al que llamábamos "el engaña baldosas" pues ponía el pie donde menos lo esperabas.
Por aquellos años preparamos un equipo de baloncesto en el centro, al que entrenaba el fallecido Carrascosa, y durante uno de los entrenamientos, en febrero de 1981, nos enteramos del intento del golpe de estado de Tejero. Solíamos enfrentarnos al equipo de baloncesto de la Escuela de Conservería Vegetal a la que comunmente llamábamos "la colomina", que era el nombre de la empresa que había construido su escuela.
Recuerdo que la profesora Chiti expuso en la sala de Crepúsculo Club su amplia y bonita colección de botijos.
En los exámenes algunos profesores nos dejaban incluso fumar en clase, esta claro que corrían otros tiempos.
Posteriormente conocí a Antonio García, profesor de lengua y literatura, maravilloso profesor y persona.
Ciertamente fueron unos años maravillosos, donde hicimos multitud de buenos amigos, que seguimos conservando en la actualidad y con los que seguimos compartiendo aquellos años en común.

Manuel Lucero Sola.

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