miércoles, 31 de marzo de 2010

Angel Garcia Galdamez


Mª José Martínez Landa, me envía una carta (Abril 2009)
para que le aporte mis vivencias del Instituto y así poder hacer
un “sencillo resumen de los acontecimientos principales ocurridos en el Centro...”.

1. Para mí, hablar del Instituto es hablar de mi calle, la calle donde nací, la Calle Las Pozas, luego llamada del General Gª Escámez, porque antes más, las calles estaban sembradas de generales.
También, y esto es a lo que vamos, es recordar un edificio de piedra, grande, vetusto, con unas grandes escaleras, grandes balcones y grandes techos, un pasillo central y muchas salas a la derecha y a la izquierda. Y fuera, en su fachada posterior, dando a la Placeta de San Francisco, un patio suficiente como para hacer gimnasia sueca un centenar de chavales al compás del profesor don Emilio Bustamante... en alpargatas, bombacho corto y azul, y una camiseta de tirantes blanca. En aquellos tiempos, sólo hace 50 años, no se habían inventado los atuendos modernos, zapatillas deportivas y chandal.
En ese patio de tierra, que se encementó después para que bailara la gente durante las Fiestas de agosto - el famoso Baile de La Abadía -, aprendimos las canciones propias del llamado Espíritu Nacional... “Yo tenía un camarada”, “Montañas Nevadas” ... y se acababa siempre brazo en alto cantando “El cara al sol”. Algunos días, en el mismo patio, había ración doble de marchas patrióticas y se cantaban todas las que se habían aprendido, ¡a palo seco! sin ayuda de instrumentos musicales.
Todo era muy divertido, casi una juerga que don Emilio consentía con mucha parsimonia; era nuestro profesor de gymnasia y de las benditas doctrinas del Espíritu Nacional, adornadas con himnos patrióticos... luego, le nombraron Alcalde de Alfaro.
Un hombre que destacaba por sus extremada delgadez y altura, ... circunstancias que los alumnos aprovecharon – de manera cruel – para apodarle “el caña hueca”; casado y con dos hijas, todas de buen ver; don Emilio era paciente y afable, y fue destinado a Logroño con su familia... y le perdimos la pista.

2. Volviendo al gran edificio, se llamaba Palacio de La Abadía
porque había sido convento con abad hace unos cientos de años. Luego, ya en el siglo XX, se alojaron las Escuelas Nacionales “las del Palacio”, y después, tengo oído, sirvió de residencia a los soldados de la guerra española.
Después, por los años 50, quizás en el 1953, se acondicionó para servir de Centro de Enseñanza, el llamado Instituto Laboral “Gonzalo de Berceo”, donde se instalaron las aulas – sólo para chicos, detalle a tener en cuenta –, los talleres y diversas dependencias, y así permaneció los primeros cursos hasta que se construyó el Nuevo Instituto en los terrenos de las huertas de La Florida. A unos 150 metros, por el año 1963.
Ahora, desde hace 10 años, acoge las Oficinas Municipales del Muy Ilustre Ayuntamiento de Alfaro.
Mayor ambivalencia y usos no cabe, y aún habrá tenido más historias porque es un edificio neoclásico magnífico del gran arquitecto Juan de Villanueva... con capacidad y elasticidad suficientes para alojar nuevas instituciones y múltiples utilizaciones al público.
El Palacio de la Abadía lo aguanta todo y, además, goza de un enclave excepcional, en el puro Centro Histórico de la Ciudad de Alfaro...

3. En este edificio, transformado en Instituto Laboral, pasé cinco años imborrables estudiando el Bachiller Grado Medio. Conservo muchos recuerdos de todo tipo, alegres y menos, profesores, compañeros, andanzas y aprendizajes, donde muchos nos topamos con las primeras vivencias, incluso amorosas – platónicas todas – y, como en mi caso, los primeros amigos, algunos para toda la vida.
Yo, tuve la gran suerte de encontrar a un chaval venido de Soria, estudiante muy aplicado y de buena cabeza, llamado Camilo Valdecantos, el mejor amigo del mundo, con el que mantengo y mantenemos una relación entrañable y, desde hace casi 20 años, le envío a Madrid escritos de los sucesos y acontecimientos de Alfaro, La Rioja, España y el mundo; lo que se me ocurre a vuela pluma porque me gusta escribir.
Así pues, redacto la sección “Hola Camilo” de la “Crónica de Alfaro”, le doy unas parrafadas mensuales de la actualidad y me quedo tan ancho, como si todavía estuviéramos de parranda en el antiguo Instituto Laboral.

4. Quiero aclarar que este escrito es un pequeño avance de lo
que puede ser, con el tiempo, un trabajo más completo y mejor documentado... el tema lo merece y el tiempo, si Dios quiere, nos irá diciendo.
Podía ser la historia más bonita del mundo, la historia de los chavales que, como yo, sufrieron y gozaron aquel tiempo pasado, tiempo dichoso de niños que dejaban de serlo y se abrían al nuevo e inquietante mundo de la pubertad, chavales entre 10 y 15 años... LA HISTORIA DEL INSTITUTO DE ALFARO JAMÁS CONTADA... de la que forzosamente nacen entre los alumnos de las primeras promociones, exclamaciones como la tan oída: ¡Dios mío, cómo y qué rápido se ha pasado el tiempo!

5. Recuerdo con pena a Don José María Díaz González... que fue el primer Director del Centro... persona muy respetada, culta y entusiasta con la labor de resolver y dar vida a la nueva Institución del Instituto que iniciaba sus primeros pasos y que serviría poco después para que muchos alfareños, y muchos chicos de la comarca, pudieran incorporarse al mundo de la cultura, de los oficios y de las profesiones de Grado Medio y Superior, y, por supuesto, también al mundo de la Universidades, cosa entonces impensable por la cerrada y oscura mentalidad de nuestras gentes.
Con toda seguridad fue un hombre providencial porque tuvo la fortaleza de pechar con una tarea tan ardua en un pueblo tan pueblo como Alfaro... Los comentarios de las gentes eran tan negativos y hostiles como: “pa´qué vas a llevar al crío al Instituto si no les enseñan más que hacer el vago”, o aquello de: “eso va ser una escuela de vagos”... y piropos parecidos envenenados de ignoracia ...
Pues bien, no se limitó a poner en marcha el Centro del Instituto en La Abadía, sino que, además, promovió con todas sus fuerzas el Nuevo Instituto de La Florida Gonzalo de Berceo, ... y en ello se pasaba don José María, los días y las noches mostrando con orgullo y entusiasmo la maqueta del que sería su soñado Edificio, ... premio Nacional de Arquitectura por aquellos años, de los eminentes arquitectos madrileños Corrales y Molezún...
Las primeras promociones no pudimos ver más que la gran maqueta del Edificio que ocupaba un sala entera, y al Director don José María, ilusionado, dando mil explicaciones de aquello que parecía un “aeroplano”, así la llamaron todos los que la vieron... y a los pocos años, unos diez, con la aparición de la constructora Marín y Soldevilla S.A., se levantó el fenomenal Instituto Laboral de Alfaro.
Como a veces ocurre, el capitán del barco no llegó a ver el puerto soñado... y aquí, en nuestro caso, nuestro educado Director y ameno profesor de Literatura, tampoco llegó a ver su anhelado edificio porque... se quitó de en medio en una calurosa tarde de verano... con su propia pistola nos dijeron.
Estaba casado con una señora de buena planta, y creo que tuvieron dos hijas ... pero el pobre señor tenía un físico muy desgraciado, era bajito y de abultada joroba, aunque hacía una vida normal y se relacionaba con sus colegas admirablemente. Persona con mucho encanto, de trato afable con los alumnos, se le veía pasear por la ciudad con total naturalidad, recorriendo despacio las calles, Plazas, ... y acudiendo diariamente al Casino, yendo al Cine que le gustaba mucho... y conversando con sus amigos y las gentes del pueblo...
Entonces, cuando la tragedia, se corrieron rumores de todo tipo sobre su triste muerte... si su mermada condición física, si un arrebato de locura... y me pregunto ¿por qué no cabe pensar que se hastiara de tanto aguantar el medio hostil alfareño que rodeaba sus tareas diarias?

6. Junto a esta dolorosa muerte que conmocionó la ciudad entera y, especialmente, a los alumnos, entonces unos niños, también nos dejó absolutamente helados el extraño “entierro concertado” al que tuvimos que asistir entre una representación de las autoridades educativas, eclesiásticas, políticas y sociales... de la comarca...
El hecho fue que, don Manuel Izal, sacerdote del Centro, luchó a brazo partido contra la opinión del Párroco Mayor don José, y, también contra el escollo del Código Canónico, que prohibía acoger en cristiana sepultura aquellos que habían muerto en estas circunstancias... Pues bien, al fin, se celebraron el entierro y los funerales... o algo así, aunque no recuerdo bien la Misa con los gori – goris gregorianos, ni recuerdo el enterramiento en el Camposanto de Alfaro,... se dijo que dejaron el túmulo en la huesera, espacio para aquellos no católicos o como era el caso... Muchos rumores y pocos comentarios para cerrar este desgraciado caso...

7. Mas, como si se tratara de una novela negra, o peor, recuerdo vivamente otro capítulo con bendita tierra encima, con Camposanto y todo. Aquí, sí hubo santa sepultura:
Por aquellos mismos años, se produjo otro desgraciado y mortal accidente: un joven alumno del Instituto, apodado el “borrillo”, de familia humilde y muy travieso, se pinchó en una pierna con una caña durante las “prácticas de campo” que se hacían en la Huerta de La Florida, terrenos donde, más tarde, se construiría el Nuevo Instituto.
Se dijo que le entró la gangrena o el tétanos, o algo así, y en tres días murió con tremendos dolores. No se pudo hacer nada porque la inyección llegó tarde.
Otra muerte que nos agarrotó el alma y que guardo viva en la memoria, como todos los que la vimos:
contemplar a nuestro compañero, tendido y amortajado, con un sudario blanco sobre la piedra del Hospital de Logroño, y oír la machacona grave voz de don Manuel, el cura, rezando un rosario por su alma, ... y todos, todos llorando a lágrima tendida sin poder articular palabra,... sólo se oían los sollozos de impotencia y amargura incontenidos, sólo se sentía la tremenda impresión del cadáver del compañero y la emoción de verlo morado y muerto a un palmo de nuestros ojos... Aquella sala triste, medio a oscuras y aquella escena nos desbordó a todos... Para muchos, fue el primer tropezón con la muerte...

8. De las profesoras del Centro poco puedo decir. Recuerdo a dos profesoras hermanas, que se movían con timidez entre la masa humana que formaba el alumnado y el Claustro de Profesores.
Recuerdo más tarde a doña María Luisa, la esposa del famoso abogado alfareño don Victorino.
Profesora de Geografía, seria, competente y muy responsable... nos hacía memorizar hasta los ríos y los montes más pequeños de la península ibérica. Un poco demasiado.

9. Como contraste recuerdo mejor, porque causaban sensación, las dos hijas de la portera del Centro, la señora Jerónima, dos lozanas jóvenes y atractivas por las que perdíamos los ojos y el sentido... y algún profesor también parecía que las agasajaba...

10. De los profesores, recuerdo al insigne don Antonio Sanz Gallego, profesor de Dibujo, extremeño, moreno aceitunado y de buen porte. De don Antonio se pueden contar mil cosas, las mías ahí van resumidas:
Profesor de mucho carácter, incluso violento, al punto de que algún alumno, quizás, por su falta de habilidad gráfica, lo llegó a pasar mal, al sufrir en sus carnes las iras de las manos de don Antonio...
Se dijo por el pueblo, que tenía novia o novias, pero nunca se centró con ninguna... lo cierto es que como profesor dominaba la asignatura, la explicaba con convicción y el que quería aprender lo hacía, bien y mucho...
Era buen aficionado al teatro y a la música clásica y logró montar en el Teatro Cervantes obras de cierta entidad en las que colaboraban muchas personas del Centro y del mismo Alfaro... Siempre recordaré vivamente que en una de ellas incorporó al texto la bella y delicada música orquestal de Peer Gynt del compositor noruego Edvard Griep...

Más recuerdos tengo de las esculturas y dibujos que hizo a personajes ilustres de Alfaro. Estuvo vinculado a la Escuela de Artes de Corella, a 10 kilómetros, y creo que, durante algunos años, impartió clases de Dibujo y Escultura.
Iba y venía en una moto del tipo vespa, muy a la moda entonces, con la que presumía lo suyo.
Muy amigo de tertulias nocturnas, los veranos en la terraza del Casino, donde nos juntábamos dos y hasta tres generaciones: los mayores, de la telada del boticario don Federico Vallés y algún abuelo más; algunos profesores del Instituto, y los jóvenes, la mayoría universitarios que andábamos con las carreras iniciadas o a punto de terminar... Entre los profesores estaba fijo a la cita don Antonio, y los más trasnochadores de la ciudad: el abogado don Victorino Pascual, el boticario don Federico, algún alfareño peculiar... y nosotros, los veinteañeros Camilo, José Miguel Casas y yo, estudiantes de Derecho, Medicina y Arquitectura respectivamente... que lo pasábamos en grande escuchando ocurrencias seudo científicas al encanto de la noche en la fresca del verano... Siempre había tema de debate, a veces con encontronazos verbales pero sin discordia, amigablemente... Aquí es obligado recordar a don Federico Vallés, científico, inteligente, apasionado de la Historia, empedernido lector, gran conversador y muy ocurrente. Era la estrella de la tertulia nocturna, casi diaria, que duraba lo que dura un paseo tranquilo desde el Casino a la Estación, subida por La Florida y vuelta a la Plaza, donde se despedía el duelo y ¡a recoger todo el mundo! ¡Hasta mañana si Dios quiere!

11. Con auténtica veneración recuerdo a don Jesús Palacios, profesor de Ciencias de la Naturaleza, que se llamaría ahora su asignatura. Era veterinario y ejercía con mucho éxito la profesión junto con su suegro, don Celestino Osambela, también veterinario... vivían en frente de mi casa, una casa grande, antigua, la típica con gran patio de corral por donde corrían y saltaban todos los animales del pueblo: caballos, burros, vacas... cerdos, conejos, gallinas, perros... aquello era un completo espectáculo animado de animales domésticos, como la bíblica estampa del Arca de Noé.
Persona extraordinariamente educada, amable, siempre impecable y correctamente vestido... lo más parecido a un profesor de la Universidad de Oxford, en aspecto y modales. Daba gusto verlo. A mí, me enseñó infinidad de cosas que he utilizado y me han servido toda mi vida, como: el valor de las palabras, hablar con precisión, hablar con propiedad... y, una singularidad muy de su cosecha: usar mucho el Diccionario, tenerlo siempre a mano y, además, hacer un pequeño esfuerzo, casi diario, para ir formando un Diccionario Propio, particular, con las palabras que más utilizamos en nuestra vida corriente...
Nos animó a estudiar idiomas, y si es posible, a seguir estudiando hasta una carrera universitaria... tenía verdadera ambición y obsesión por el saber científico, por trasmitirlo y por la cultura en todas sus derivadas y aplicaciones...
Siempre recuerdo que conmigo tuvo una especial predilección, quizás por la vecindad, porque en esos años, yo, era un estudiante gris, y, en una conversación de verano en la Plaza España, le confesé, con cierta timidez e incluso miedo, que quería ser Arquitecto. Desde entonces, no me dejó ni a sol ni a sombra para que lo fuera y, en parte, a él debo mi carrera y vocación... siempre agradeceré los empujoncitos que me dio este esforzado y querido profesor, un gran maestro para todos.

Aunque sus clases eran un rollo duro de pasar, eran a la tarde, nos entraba sueño, la siesta, y no nos interesaban mucho a los chicos, en general, por las materias que trataba - Organografía Animal, Ganadería y otras – pero don Jesús intentaba amenizarlas contando anécdotas aunque se salieran del tema... y a veces lo conseguía.
Siempre recordaré aquel cuadernillo, pequeño block, soporte del Pequeño Diccionario Particular, que nos obligaba a escribir, de nuestro puño y letra, las palabras, frases, y expresiones que durante sus clases magistrales, muy científicas, iba desgranando, palabras todas con la definición precisa, y palabras todas relacionadas con la materia de su asignatura y las mil derivaciones de los múltiples campos del saber por las que nos iba llevando... ¿quién guardará aquel cuaderno? Era una auténtica joya... Gracias don Jesús, siempre le estaré, le estaremos, muy agradecidos.

12. Del cura del Centro, don Manuel Izal, se recuerdan hay muchos episodios. Buena persona pero cura de los de antes, preconciliar, como no podía ser de otro modo,... con sotana, boina y una pequeña moto Mobilette a pedales que, como buen navarro de Corella, le permitía acercarse a visitar a su familia con mucha frecuencia.
Intentaba en sus clases, el tozudo predicador, meternos en el cogote los Misterios de la Santísima Trinidad y otros dogmas por el estilo que a nadie gustaban y a todos aburrían por abstrusos... además, ya empezaba algún alumno adelantado – los Luteros de turno - a meterle en apuros, planteando cuestiones “contra – teológicas” de las que le resultaba difícil salir, a pesar de sus amplios saberes.
Por cierto, a Camilo y a mi, nos llegó a dar clases en su casa de latín y griego, para seguir con el Bachiller Superior después de hacer los cinco años en el Instituto... El pater se defendía.

13. Otra “rara avis” entre los profesores del Centro nos parecía don Luis Álvarez Dieste, profesor de idiomas y muy buen profesor. No se sabe de dónde era, se casó con una guapa chica alfareña, luego fue a Madrid y desapareció por los Ministerios, se dijo... Pronunciaba el francés como si lo hubiera mamado y logró un Premio Nacional con su libro de francés del que presumíamos todos... Era un enorme lujo tener un profesor que había escrito un libro del curso... Entonces no había libros... o muy pocos.
Sus grandes zapatos bien lustrados, con cordones, estilo inglés, o eso parecían, me llamaban mucho la atención. Vestía con buenos trajes y tenía una compostura elegante, un cierto aire extranjero que le daba mucha personalidad.

14. Dedico una mención muy especial y muy cariñosa a un grupo de profesores que denomino “los científicos”: Nevot, Gª Orús, Castillo, Zapatel,Tejada,... a todos, los mencionados y alguno más que no recuerdo, seguro que pusieron de su parte lo mejor para “hacer de mi y de mis compañeros, unos hombres de bien” como se decía entonces... vaya mi reconocimiento y más de mil gracias por su dedicación, esfuerzo y entusiasmo.

• De don Eduardo Nevot, joven profesor de Matemáticas, catalán,
recuerdo que en invierno daba las clases alrededor de la estufa, no había calefacción, y el humo y los logaritmos se mezclaban a partes iguales. Buen profesor, joven y pulcro, escribía divinamente en la pizarra con la mano izquierda, al tener la mano derecha “recogida”... por la polio. Un profesor muy competente y muy respetable...

• Don Antonio Gª Orús, químico en la Azucarera de Alfaro y que venía
al Centro con una sonora moto Guzzi y por el atronador ruido del motor sabíamos si habría clase... buen profesor de Química y buen enseñante... tenía una pierna “recogida” también por la polio... y cojeaba un poco. Tenía mucha clase, muy serio y muy respetado.

• Don Antonio Castillo, alfareño, Perito Agrícola y agricultor de familia,
también venía en moto Guzzi, roja y de sonido característico... estaba al cargo de las Teóricas y Prácticas Agrícolas y Ganaderas, ayudado por el bueno del señor Basilio, que nos gustaban mucho y eran muy entretenidas, ...era como salir al campo de excursión y, lo mejor, subirse al tractor alemán verde, era como subirse al tiovivo de Fiestas. Lo que nadie se explica, cómo no se produjeron más accidentes en el Campo de Prácticas o en los Talleres, por el gran riesgo que suponía las grandes máquinas propias para hombres hechos y derechos, y, en cambio aquí, estaban manejadas por alegres y traviesos jovenzuelos... Nuestro Ángel de la Guarda y un milagro nos salvó.

• Don Agustín Zapatel, joven veterinario de Cervera, se mataba por
enseñarnos la Biología y los microorganismos, las células y la reproducción microbiológica, el cigoto y el homocigoto, los espermatozoides y los óvulos, que, entonces, representaban un misterio inabordable para nuestras cabezas, incapaces de entender que unos bichos tan minúsculos dieran lugar a fenómenos tan grandes... Cosas inconcebibles de la Naturaleza... cosas que nunca nos logró aclarar pero lo pasamos muy bien.

• De don Raúl Tejada, químico de Castejón y Empresario de las
famosas “Lejías Nacar”, recuerdo que fue mi mejor profesor de Matemáticas, y uno de los mejores educadores de vocación que he conocido en mi vida, me marcó mucho, como no ha sabido hacer nadie, el gusto por esta abstracta ciencia de los números. Creo que venía al Centro en un pequeño coche, siempre trajeado y con sombrero. Todo un señor profesor. Sabía explicar admirablemente, sabía hacer amena la clase trasladando la teoría matemática a los ejemplos de la vida cotidiana... sabía atraer la atención de toda la clase aunque fueran temas muy conceptuales y raras teorías obligabas por el programa del curso. Buen carácter, severo, con autoridad y magnánimo. Sabía ser profesor y casi casi, un padrazo para sus alumnos.
Nunca en la vida me olvidaré de sus apuntes, perfectos, claros, didácticos, y siempre le estaré, querido don Raúl, muy reconocido. Gracias profesor, maestro y amigo.

15. Recuerdo otro grupo de profesores que llamo “de manualidades o talleres” que daban al conjunto de las numerosas asignaturas una animación más práctica y que, a pesar de no considerarlas de la importancia de las otras, pronto nos percatamos que tenían mucha.
Al paso del tiempo, a los años, pudimos ver que ensamblar una madera o arreglar el enchufe de una plancha, era algo muy práctico que agradecía mucho tu madre y daba muchas satisfacciones al que lo hacía, además, estas cosas nunca se olvidan, son cosas muy agradecidas y muy prácticas.

Por eso, vayan mis agradecimientos y mi recuerdo a aquellos sacrificados profesores que tenían que poner orden en los Talleres, entre una tropa joven, inconsciente e indómita.
Recuerdo con mucho afecto a
• don Eugenio Casas, del Taller de Carpintería; a
• don Joaquín Ausejo, del Taller de Mecánica; y a
• don Pedro Fernández, del Taller de Electricidad.

Nunca agradeceremos lo suficiente a estos esforzados profesores por su constante desvelo y dedicación para enseñarnos, entre otros cientos de cosas, a cortar, lijar y ensamblar la madera; a limar, cortar y soldar el hierro; y a pelar un cordón eléctrico, colocar el casquillo de una lámpara del flexo, montar el enchufe de un hornillo y otras maniobras eléctricas... No se puede pedir más, ¡ah! sin olvidar la instrucción teórica y el apoyo de nociones elementales de la física, el magnetismo y la electricidad... Gracias por todo, vayan mi grato recuerdo y el merecido reconocimiento para ellos...

16. Del Sr. Basilio, ayudante de don Antonio Castillo, en las prácticas de Campo, recordamos el tractor, la huerta de la florida, y las tardes al sol... sudando la gota gorda con la azada, haciendo canteros y limpiando ribazos... la paciencia que tenía el señor Basilio para que los rebeldes y alocados muchachos no hiciéramos algún chandrío y tuviéramos que lamentarlo... y eso se repetía casi todos los días, por norma... Un buen hombre, a pesar de padecer del estómago y tener fuertes dolores...

17. Tampoco se nos olvida el famoso y popular bedel señor Parra...
famoso por la autoridad que imponía al alumnado, mandaba más que el Director y los Profesores juntos, como si fuera el dueño absoluto del Instituto ... pero como el hombre estaba muy gordo y a su familia le apodaban “botellas” ... había una canción de moda que se la cantábamos a escondidas para hacerle rabiar. Decía algo así: “que le quiten el tapón, ... que le quiten el tapón, ... que le quiten el tapón,... al botellón, al botellón... ”... y el bueno de Luis se cogía unos enfados morrocotudos, y congestionado, hecho una fiera, sacaba una furia que no sabía dónde descargar... y nosotros, escondidos, nos moríamos de la risa,... cosas de chiquillos. Bromas aparte, fue un buen bedel, cumplidor de su deber y siempre en la brecha.

18. Mantengo vivo el recuerdo de las calles sin pavimentar, del barro cuando llovía, el juego de los pitones en los hoyos... y de la escasez de medios para estudiar: miseria de papel, de lapiceros - empezaban los bolis bic -, de los raídos atuendos, carteras y carpetas azules de cartón... zapatos gastados, abrigos, jerseys y pantalones raídos y remendados... de la pobre iluminación de las aulas, de la ausencia de calefacción, sólo estufas de serrín o troncos de madera... de los sabañones en las manos... y hasta de los mocos colgando en las narices de algún despistado...
No se olvidan los animados recreos en el patio ni las travesuras y las faltas a alguna clase... Tampoco las excursiones por las capitales: Logroño, Burgos, Zaragoza, Madrid... Barcelona... donde se visitaban las ciudades por vez primera y los primeros Monumentos de nuestra vida... Todo era novedad,... así que se nos ponían los ojos a cuadros ante tanto arte junto, tanta gente, tanto coche, tan grandes ciudades...

19. A nadie se le olvidan los ratos pasados en el futbolín del Bar Deportivo del señor Julián “el caguera”, así le decían... un personaje de lo más singular... por el olor característico del local, por el espejo en el que con “Blanco España” escribía sus sentencias... y sobretodo, por los artesanos y señoritos que comían gambas, percebes, berberechos y otros bichos raros,... algo desconocido en aquellos tiempos para la inmensa mayoría de los mortales... ¡qué envidia!... sólo barbos y madrillas del Ebro, chicharros y sardinas, eran la comida más popular y el arroz con pollo, la comida de un día de fiesta o de algunas Bodas en una casa normal. Eran otros tiempos, la posguerra civil...

20. Y como no es justo que sólo haya citado a Camilo, como alumno, amigo y compañero del Instituto, dedico este capítulo al recuerdo de otros compas, al que habría que dedicar más tiempo, pero ya lo haremos en otro momento.
Se lo merecen, porque, en definitiva, fueron la sangre que movió el corazón de este gran Proyecto, el Instituto Laboral de Alfaro.

Me limitaré a citar a los que primero tengo en la memoria, a modo de homenaje para todos, unos están y otros, por desgracia, se han ido.
Como si se tratara de un puñado de cerezas cogidas al azar, entresaco de la cesta estos queridos y entrañables compañeros:

• José Manuel Esquitino, el más listo de la clase,
• Agustín Zapatel, de Cervera, muy aplicado y buen dibujante,
• Andrés Aznar, un don Juan y un guaperas,
• Marino Urtubia, muy buen alumno, de mucha memoria, valía y mucho corazón, como su hermano chiquito “el Luisito”, q.e.p.d., vecinos míos de calle...
• su primo César Matute de Rincón de Soto, un cabezón, buen estudiante y muy formal...
• Ramón Mesanza, un alumno alegre y simpático,
• Isidro Galdámez, otro más alegre todavía y muy ligón,
• Armando Carbonell, “un salao” y un buen cómico, q.e.p.d.,
• Ángel Cepeda, buen escolapio, las hacía redondas, y tan tranquilo.

Y muchos más. Capítulo aparte la caterva que venía de fuera en tren, los de Castejón, “le pelos”, “el panas”... y muchos en bicicleta... los de Rincón de Soto, Aldea Nueva, Corella, Cintruénigo, Cervera... donde había tipos muy majos, chavales divertidos, inmejorables, que todavía recuerdo... también había otros famosos... famosos y memorables sólo por sus travesuras.
Es decir, como en botica, había para todos los gustos, eso sí, chicos buenos, todos blancos, del país, que no había llegado la inmigración... algunos un poco más morenos, los de Castejón porque, al parecer, se les pegaba el humo y la carbonilla de la Renfe... o no se lavaban lo suficiente. Esto del aseo personal tampoco había llegado, escaseaba el agua, los sanitarios, los jabones, las colonias... y, aunque estuviera helando, era proverbial la frase antes de empezar la clase: ¡abrid los balcones... que salga el tigre! Y, en pocos minutos, se disipaba el olor humano acumulado por veintena de alumnos durante una o dos horas de encierro.

Por encima de todo, quiero destacar el buen ambiente, la inmensa alegría y la total camaradería entre todos lo alumnos del Instituto... Aquello, con sus pequeñas miserias propias de aquellos tiempos, es y será sencillamente inolvidable.

21. Estás páginas son un borrador apresurado de lectura restringida a la solicitante, amiga y profesora Mari Jose Mnez. Landa, que valorará si deben salir de sus manos y en qué medida las quiere publicar. Ella es la dueña y señora...

Siento no poder dar más detalles y más precisos, de aquellos sucedidos porque, en la distancia de 50 años, sólo han quedado en mi memoria las cosas fundamentales, las más gordas, las que más golpearon mi pequeño y joven corazón.

Y, lo que me parece más emocionante, la razón por la que escribo con inmenso cariño estas letras, el hecho más grande que me ha ocurrido en la vida y que nunca podré agradecer suficientemente, es la alegría que siento de “poderlas escribir gracias a la creación del Instituto Laboral de Alfaro, a sus profesores y a todas las personas que lo hicieron posible. MUCHOS MILES DE GRACIAS”.

Unos años antes, en Alfaro, era impensable acceder a un Centro Educativo de este nivel, que nos sirvió de trampolín a unos pocos privilegiados para dar el gran salto a la Universidad y estudiar nuestras carreras con gran solvencia científica.
Entonces, que recuerde, sólo dos o tres universitarios había en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Alfaro.



En Alfaro, Mayo de 2009

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