lunes, 29 de marzo de 2010

Fernando Ferreró

SALUDO, EVOCACIÓN Y DESPEDIDA Por Fernando Ferreró
Excelentísimas e ilustrísimas autoridades, queridos amigos, ¡Buenos días! Parece que fue ayer... Y, sin embargo, hace veintitrés años que no hablaba desde este escenario, a pesar de que mis visitas a Alfaro han seguido produciéndose con más o menos regularidad.
También vosotros habéis estado ausentes de estos espacios por largo tiempo. Quiero, pues aprovechar este encuentro para saludaros y desearos lo mejor.
Uno puede dejar en testamento sus bienes si los tiene pero los recuerdos hay que trasmitirlos en vida. Por eso quiero que mis palabras sean una bienvenida, una evocación y un deseo de felicidad.
Los elementos que voy a barajar son estos: primero yo mismo (y no por falta de cortesía al citarme el primero sino porque si no aparezco en escena no puedo hablar); segundo, el pueblo y el Instituto y tercero, los profesores, personal y alumnos del Centro.
Empezando por mí, diré que yo venía del Instituto de Benicarló donde había coincidido con doña Marina Bueso que había sido profesora en Alfaro. Así, pues, hubo entre ella y yo un cruce de destinos.
Hace de esto cuarenta y tantos años puesto que yo no asistí al nacimiento de este Centro. Tomé el tren un buen día en Zaragoza a las siete de la mañana y, por la alegre huerta del Ebro arriba, llegué a Alfaro a las diez (Cepeda, antiguo alumno y empleado de la RENFE, me ha corregido la hora que yo creía que eran las nueve).
La estación de Alfaro era bonita de un estilo campestre que entonaba con el paisaje. Desde ella , subía una carretera de frondosos árboles hasta llegar al Alhama. Cruzabas el puente y ya estabas en el pueblo. Había que subir por una empinada calle donde tomé contacto con el primer ciudadano local que me dijo que se llamaba o le llamaban "el Boni". Amablemente me coleó frente al edificio de la Abadía. Allí había un rumor de voces (Fernando Martínez Balmaceda me sugiere que ese año ya estaban los alumnos en el nuevo Centro. Entonces el rumor podía proceder de los que se matriculaban o del viento escaleras abajo o lo ha puesto mi fantasía).
Lo que es cierto es que entonces salí de aquel viejo y bello edificio hasta la farmacia de la Plaza de España, donde conocí a Teodoro León, Presidente del Casino, que tras los trámites necesarios, me hizo socio del mismo. De allí a la Fonda Zapatel, donde luego estuvo la Residencia de alumnos, a comer con unos cuentos profesores que residían en ella. Claro que a los pocos días me trasladé a la Fonda Pilar con otros profesores y el dentista Calvo Salazar. Aquí fue quedándome solo y residí hasta que Pilar Moreno se jubiló y bajó a casa de sus sobrinos
Los alumnos erais unos del pueblo y otros de fuera. Estos venían en aquellos primeros tiempos en los coches de línea o en bicicleta y tenían que esperar hasta la apertura del Instituto. En algún momento se abrió un aula para que no pasaran frío y estudiaran un poco.
Instalados, ya, en el nuevo edificio, las clases se iniciaron con la ilusión de todo comienzo. Se observaban en cuento a la obra defectos y ventajas. Entre los defectos, las enormes puertas de cristal orientadas al cierzo que apenas podían ser dominadas por los alumnos pequeños y tenían grave riesgo de acabar hechas añicos. Tampoco parecían muy indicadas las vigas de hierro al descubierto con amenazadoras aristas y las paredes con enlucido rugoso que arañaba a los inquietos inquilinos. Aún mayor defecto era la calefacción de aire caliente que se encendía a las siete de la mañana y llegaba a la mayoría de las clases a la hora de salida. Y no olvidemos los retretes colocados debajo del escenario, en una cota tan baja que estaban siempre llenos de problemas y de cosas peores. A cambio, era magnífica la huerta con sus instalaciones agropecuarias que nos daba un buen trasunto de la Naturaleza y permitía esparcirse en gratos paseos.
Pronto hubo una floración en el viejo edificio: las chicas que iban a estudiar Bachillerato. Los primeros años aquello era un pequeño caos pues se mezclaban las diezañeras que estaban en la edad justa para entrar y tenían la travesura propia de sus años y las que se incorporaban, dada la ocasión, con doce o más. Estas eran más serias pero tenían más aplomo para ejecutar alguna trastada. De todos modos está circunstancia daba animación a nuestras tareas.
Resumiendo, alumnos y alumnas eran "movidillos" como era natural y recuerdo algunas anécdotas que lo confirman.
Por ejemplo, yo insistía en el uso del diccionario y, algunas veces, antes de empezar la clase lo hacía enseñar colectivamente en alto. Un buen día, noté que había al final de la clase un diccionario extraordinariamente estrecho; era simplemente la tapa del diccionario del vecino de mesa que había sacrificado en un acto de compañerismo.
Otra vez, yo fui el involuntario protagonista del hecho. Estaba recién operado y la clase o estudio transcurría en un aula muy caliente y después de la comida; sin duda vencido por el sopor, di una cabezada que alguien aprovecho para hacerme una foto dormido que aún guardo, creo que complacido.
Hemos hablado de estudios pero también teníamos otras actividades: intercambios con otros Centros como el Colegio de Santo Tomás de Zaragoza o el Instituto de Tarazona. En estos actos, se jugaba un partido de fútbol y se confraternizaba.
Punto y aparte eran los "viajes de estudio" a Mallorca donde se pasaba "demasiado bien" y las excursiones de las que recuerdo una a Madrid en que los alborotadores acabaron echando la papilla al llegar los tramos virados del viaje aunque a la noche ya estaban en forma para
organizar un jaleo que no dejó dormir a los asilados de la planta inferior del edificio donde nos alojábamos. También inyectaron agua por la cerradura de mi cuarto pero mi cama estaba fuera de su alcance. Hubo otro viaje a Soria con parada en Agreda. En uno y otro sitio adoptábamos posturas teatrales de admiración ante los monumentos. Por fin en la dehesa de Valonsadero, vimos pinturas rupestres y tomamos el sol a pecho descubierto, como unos Tarzanes, a pesar de la nieve.
Y, ahora, precisemos: ¿Cómo era yo como profesor?... Para unos, bueno; para otros malo. La palabra creo que es atípico. Las clases eran de Lengua. Por ello mi preferencia era enseñar a pensar, a hablar, a escribir, a leer y, al final el análisis y la teoría. Vosotros erais traviesos; unos estudiosos y otros menos pero todos "buena gente". No puedo olvidar al personal administrativo y subalterno sin cuya colaboración nada hubiera sido posible.
Todo esto quedó atrás. Os veo cambiados aunque creo que alegres. Habéis adquirido responsabilidades. Antonino Burgos es Consejero del Gobierno de La Rioja y también lo es Arancha Vallejo, a quien aseguro que el cuentecillo sobre los políticos que hablaban y no decían nada es de Asimov, no mío, y que los protagonistas no eran propiamente políticos sino diplomáticos, son que esto sea hablar mal de este notable cuerpo pues la historia ocurría en otros planetas y en otros siglos. Así que puede estar satisfecha de su labor en la Consejería riojana que nos llena de orgullo a todos.
Quizá las situaciones que antes reseño, se dan ahora con vuestros hijos. Animadles y disfrutad con ellos de tan buenos momentos.
También hay un espacio triste del que hablar y es que, pasito a pasito, nos vamos saliendo de la foto y muchos ya lo han hecho. Un recuerdo para ellos y tratad de sentir su presencia entre nosotros.
Termino deseando lo mejor para el futuro y que un acto como este tenga lugar dentro de veinticinco años para las "Bodas de diamante" y, por si acaso, que celebremos entre tanto algunos otros que sirvan de cohesión y encuentro con cualquier motivo. ¡Hasta entonces!

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